lunes, 27 de abril de 2009

Manias


Mientras corro por la ciudad. Bajo la mirada. Veo mis pies, me sorprendo al darme cuenta todo lo que pisan.
Tantos colores, tantas texturas.
Siempre he tenido una fascinación por tocar todo. Mis favoritas son las paredes viejas.
Hay veces que voy por la calle con la mano extendida. Tocando. Algunas veces un pedazo de pared cae con tan ligero toque. Siempre me regreso a recogerlo. Tomarlo en mis manos, mimarlo.
Me gustan los carteles que personas con escobas pegan en ellas.
Los he visto!
Sus orillas son las primeras en desprenderse, son como pequeñas navajas. Nunca sabes cuándo puede aparecer una. Antes intentaba evitarlas, pero el sabor a sangre empezó a gustarle a mis labios.
Ahora viendo mis pies, una sensación recorre mis manos, tal vez envidia. Deseo que mis pies toquen el suelo. Que toquen los colores, que toquen las texturas.
Subo al metro, enfrente hay una familia de mudos. Papi, mami, niñita. No porque todos sean mudos, pero basta con que un integrante lo sea para sembrar el silencio perpetuo entre ellos.
Despacio deslizo el pie fuera del incómodo zapato.
Veo una mancha rojiza en el suelo, es más suave que el resto.
Volteo a ver si alguien me mira, la niña esta distraida, sus padres se comunican con señas. No me miran.
Mi dedo meñique es el que está más cerca de la mancha. El primer contacto me hace retroceder un poco. Lo intento de nuevo, con más determinación que la primera vez.
Es más frío, esta pegajoso. Siento que algo me aprieta la garganta. Cierro los ojos. Me estremezco.
Escucho un chillido, pronto llegaremos a la siguiente estación.
Meto el pie al zapato bruscamente, la niña me ve.
Me mira a los ojos, tiene una expresión de miedo.
Siento miedo también. Se abren las puertas, salgo.
Afuera me apresuro a tocar la pared. Me siento más tranquila.

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